Escultura

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En el Arte, la “idea”es el factor determinante, primigenio, del objeto de arte. La idea que nace en ese caudal de creatividad que es el espíritu del artista, se resuelve en la representación de esa idea sobre el soporte que el autor ha elegido oportunamente.

En el copioso cajón de las ideas de Juan Méjica se aposenta desde hace un tiempo la figura de Rubén Darío, el espíritu y el poemario del príncipe de los vates. Y este rico tesoro de las Artes hace posible que de las ensoñaciones, del encuentro con el poeta, y de las virtudes creativas de Méjica, surja la inspiración que se resuelve en obras escultóricas y pictóricas de elevados valores artísticos.

Barco de Rubén Darío

La personalidad y la obra de Darío ocupó, en los últimos tiempos, el estudio y la reflexión de nuestro artista, lo que, de forma alegórica, se manifiesta plásticamente en la monumental escultura que lleva el nombre de “El Barco de Rubén Darío”.

Esta magnífica escultura se enseñorea del verdegal de San Juan de la Arena. Barco varado que cumplió la más idílica de las singladuras; nao silenciosa que ensimismada rememora versos y amores allí cultivados por el poeta. La escultura, que perpetúa la memoria de la estancia reiterada de Rubén Darío en el lugar, recoge, en su monumentalidad, tal metáfora, con el estilo, las formas y el cromatismo que caracteriza la obra mejicaniana. Eligió Juan Méjica como soporte de su escultura naval una potente fábrica de hormigón armado encofrado por todas sus caras, la cual, ya en sí misma, descubierta y liberada de todo andamiaje, ofrecía una imagen de gran belleza en su desnudez, su concepción interna, su sensual textura exenta de ropajes.

Pero la escultura de Méjica se manifiesta en dos órdenes: volumen y color.

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